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IN TIME

  • Jorge Ocaña
  • 21 dic 2020
  • 5 Min. de lectura

In time (2011) es una película que recrea una realidad futurista alternativa allá por el año 2.161, donde el tiempo sustituye al dinero como medida de precios y medio de intercambio económico. Las relaciones económicas quedan subordinadas a la capacidad de utilizar el tiempo como medio de compra y de pago a partir de los 25 años de edad; momento en el cual se activa el reloj digital que cada sujeto posee incorporado en su antebrazo izquierdo, iniciándose automáticamente una cuenta atrás que comienza otorgándoles un año de tiempo. A cambio, el gen del envejecimiento queda desactivado. Las personas mantienen la misma apariencia física que tienen en el momento en que se activa su reloj hasta el momento en que fallezcan de un ataque cardíaco; cuando todos los dígitos verdes de su reloj vital marquen la cifra; cero. Cuanto más tiempo se acumula, más se aleja la perspectiva de la muerte.


Más allá de todos los análisis posibles a realizar, que son muchos, resulta de gran interés evaluar las diferentes variables que imposibilitan el hecho de que el tiempo pueda ser considerado como un medio de intercambio económico efectivo. Por qué razones el concepto del tiempo no casa bien con la noción utilitarista por la cual el dinero tiene su razón de ser.


El dinero posee cuatro funciones fundamentales que, operando de forma simultánea, le otorgan su validez y utilidad, independientemente del bien que sea utilizado como dinero.


La primera de ellas es su uso como medio de intercambio. Que pueda ser viable su uso y aceptación como intermediario en cualquier transacción económica a cambio de bienes o servicios. De no existir, los bienes o servicios tendrían que ser intercambiados por otros bienes o servicios, lo que dificulta dicho proceso, ya que obliga a que ambos sujetos estén dispuestos a ofertar un bien o servicio que el otro sujeto demande, y de los que ambos estén dispuestos a desprenderse respectiva y simultáneamente. A este proceso de intercambio se lo conoce como trueque. Algunas características adicionales que debe tener son, que sea: transportable (con un alto valor respecto a su peso), divisible (útil para todo tipo de transacciones, incluso y especialmente para las muy reducidas), fácil de clasificar su calidad y difícil de falsificar.


La segunda es su uso como depósito de valor. Que mantenga su valor más o menos constante, y cuya fluctuación no sea ni excesiva ni imprevista. De lo contrario, si puede ser deteriorado, depreciado o devaluado de forma discrecional, afecta a la capacidad adquisitiva de los sujetos y con ello de forma directa a sus decisiones económicas inmediatas. Esa pérdida de valor adquisitivo está directamente ligada con los procesos inflacionarios, que consisten en el aumento de la masa monetaria; cantidad de dinero, provocando una reducción del valor de la unidad monetaria; capacidad de compra individual de una moneda.


La tercera es su uso como unidad de cuenta. Que sirva como único patrón de medida del precio de los bienes y servicios. De lo contrario, la relativización de los precios impediría ajustar una perspectiva genérica que permitiese dotar de cierta previsibilidad y redujese, en la medida de lo posible, la incertidumbre en el mercado, sus agentes, y las acciones y decisiones económicas que éstos adoptasen en él, tanto a la hora de ofertar como de demandar.


La cuarta es su uso como unidad de pagos diferidos. Que conserve su valor a lo largo del tiempo. De lo contrario, si queda deteriorado, depreciado o devaluado con el paso del tiempo se inutiliza su efecto como medio de intercambio futuro a base de su ahorro y atesoramiento, lo cual afecta directamente a las decisiones presentes con previsión futura y, con ello, al desarrollo y devenir de la actividad económica.


En la realidad que presenta la película, el tiempo como dinero solo cumple la primera y parcial e insuficientemente la tercera de las cuatro funciones expuestas y necesarias; ser utilizado como el medio de intercambio entre los individuos y como unidad de cuenta.


No puede ser empleado como depósito de valor ya que, por ejemplo, cuando una persona es asesinada por otra, todo el tiempo que ésta tenía acumulado en su reloj directamente queda inutilizado sin poder ser extraído. Esa circunstancia, paradójicamente, llevaría consigo un efecto deflacionario que conllevaría el aumento de valor de la unidad monetaria que, en este caso concreto, podrían ser considerados como los días, las horas o los minutos. Cada vez que este hecho ocurriese, los sujetos mantendrían la misma cuenta en sus relojes que tenían hasta ese momento, pero su capacidad para adquirir se incrementaría, es decir, el valor de sus días, horas y minutos se vería aumentado. Con las mismas horas y minutos que tienen podrían comprar más cosas o, lo que sin ser lo mismo es una consecuencia de ello, se abaratarían los precios. Cuanto mayor fuese la cantidad de tiempo que tuviese en su reloj la persona asesinada, mayor sería el incremento de valor provocado. Del mismo modo, cada vez que una persona cumpliese 25 años y con ello se iniciase su reloj, se provocarían efectos inflacionarios que surtirían el efecto inverso al anterior, a consecuencia de verse aumentada la masa monetaria temporal. En cambio, el fallecimiento de una persona debido a la consumición del tiempo de su reloj, en principio no tendría consecuencias favorables o adversas a nivel económico.


A pesar de que el tiempo sí que se muestra que sirve para poder ser empleado como unidad de cuenta, esto no impide la total relativización de los precios, que es precisamente la principal razón de ser de la utilización de un único patrón de medida de los precios como referencia. Si bien es cierto que esta circunstancia se debe en buena medida a la intensa intervención del sistema financiero; bancario, crediticio, de préstamos, etc., dominado a voluntad por una reducida élite, ésta no es una razón suficiente como para exonerar la ineficiencia completa del tiempo como dinero en el desarrollo de esta función.


No puede ser empleado como unidad de pagos diferidos, ya que su volatilización constante e ininterrumpida impide por completo cualquier tipo de ahorro o atesoramiento futuro. A pesar de que dichas reglas de volatilización sean iguales para todos, y de que existan cápsulas donde se puede retener el tiempo que se extrae del reloj de un sujeto, por ejemplo para transportarlo, requisarlo o guardarlo, sin que dichas cápsulas sufran la regresión del cronómetro que sufre el tiempo en el reloj de un humano, la imposibilidad fáctica de atesoramiento es palpable fundamentalmente dada la dificultad a su acceso, la inseguridad reinante, y la inexorable constante necesidad de mantener en todo momento tiempo activo en los relojes para mantenerse con vida. Sería, realizando un paralelismo, como si en la realidad se forzase a la gente a desprenderse constantemente de un céntimo por cada segundo que pasa. Eso supondría un gasto fijo diario de 86.400 céntimos, o lo que es lo mismo de 864 euros al día. Si a esa cifra se le añaden además la existencia de todos los gastos corrientes diarios adicionales necesarios para la supervivencia vital (alimentación, vivienda, transporte, etc); la posibilidad de ahorro se convierte directamente en una quimera. En esta realidad fílmica se diseña un sistema totalmente distópico, insostenible e inviable que, más allá, del curioso y original enfoque que presenta, dista por completo de cualquier tipo de asociación económica con una realidad mínimamente fundada.


El uso del tiempo como capital carece por completo de sentido. El tiempo es un factor más dentro del proceso productivo; clave fundamental de la especialización, cuyo fundamento es precisamente reducir esta variable todo lo eficientemente posible para optimizar este recurso, permitiendo con ello a los actores económicos emplear dicho recurso; su tiempo, que es finito, en otras actividades. Eso es, en su más amplio sentido, el desarrollo.

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