EL PROCESO DE CONVICCIÓN
- Jorge Ocaña
- 23 abr 2020
- 4 Min. de lectura
El proceso de convicción es la dura pugna entre los convencidos y los convencibles. Entre aquellos sujetos; los convencidos, cuyo apoyo se encuentra asegurado dado su elevado grado de creencia en un proyecto político determinado, que deriva en un alto grado de compromiso con el mismo. Y los convencibles; todos aquellos sujetos que, sin estar aún convencidos, son susceptibles de poder serlo, es decir, existe la posibilidad real de que modifiquen su postura si se atiende y se aplican correctamente ciertos parámetros. En la capacidad de identificación de este tipo de perfil es donde reside la posibilidad de éxito, desarrollando un descarte previo de todo sujeto que no se ajuste a dicho perfil para ahorrar recursos, esfuerzos y sinergias redirigidos hacia quienes no sean ajenos al mismo.
Dentro de la lógica electoral democrática se pueden discernir tres tipos diferenciados de potenciables votantes/abstencionistas: los activados, los convertidos, y los desactivados. Los activados estarían constituidos por aquellas personas fieles a una ideología, partido o candidato concretos, que se los consigue movilizar gracias a la presentación de un discurso, una propuesta, o un candidato efectivos para alcanzar esa movilización. Los convertidos serían aquellas personas fieles a otra ideología, partido o candidato, que gracias a la presentación de un discurso, una propuesta, o un candidato efectivos se los consigue convencer-convertir para movilizarse en contra de su ideología, partido o candidato originario. Los desactivados son todas aquellas personas fieles a otra ideología, partido o candidato, que se les consigue desmovilizar y, por ende, que se abstengan de votar por ninguna formación política.
Atendiendo a lo expuesto, los tres perfiles mencionados juegan un importante rol dentro del proceso de convicción, si bien es cierto que uno de ellos; los convertidos, tienen una importancia doble, puesto que no solo se adhieren, sino que al cambiarse de opción ejercen un juego de suma cero donde esa ganancia supone simultáneamente una pérdida para el contrario.
Dentro del sector ideológico de carácter liberal, ese discernimiento de sujetos sobre quienes pueden proliferar los esfuerzos enfocados a la convicción tienen un claro perfil determinado.
En primer lugar, son sujetos profundamente desideologizados y, en gran medida, despolitizados. Quienes están más preocupados por su vida privada, personal y/o profesional; trabajo, familia, amigos, ocio. Personas que, profesionalmente hablando, han alcanzado las metas que se han ido poniendo a lo largo de su vida hasta lograr un punto de estabilidad y satisfacción personal en la relación; esfuerzo empleado/logros alcanzados, que podría denominarse como triunfo. En el caso de encontrarse aún dentro de ese camino y no haber triunfado aún, es decir; no haber alcanzado los objetivos iniciales propuestos, son personas de un carácter irreductible, luchadores natos que no se rinden o no lo han hecho aún, a pesar de las adversidades. No caen en la victimización propia de culpar o responsabilizar a otros de su situación, independientemente de que éstos sean más débiles (inmigrantes) o más fuertes (empresarios), respecto a ellos mismos.
En segundo lugar, su horizonte de pensamiento parte de una aceptación lógico-racional y humilde de las limitaciones humanas, comenzando por ser conocedores de las suyas propias y, por ende, de las de los líderes, a quienes se les exige tanto o más que al resto. Lo cual, añadiéndole un ligero grado de escepticismo y modestia evita el endiosamiento de éstos, y su defensa a ultranza bajo cualquier tipo de circunstancia, tanto en sus errores como en sus aciertos. Según este parámetro, se rigen por una noción netamente utilitarista, esto es; el candidato político es útil y por tanto recibe mi apoyo en tanto en cuanto sus aciertos superen a sus errores, y en tanto en cuanto no aparezca otro mejor; cuyo promedio de aciertos supere al de sus errores. Este planteamiento dista del apoyo incondicional recibido por líderes populistas, y cuyo perfil de votante es primordialmente sentimental-emocional-pasional.
En tercer lugar, y como suma de ambas nociones, al encontrase especializados en una parcela laboral muy concreta y delimitada en la que profesionalmente destacan por encima de los demás, entienden que la gestión pública debe funcionar de la misma manera. Pretenden delegar una serie de funciones que ni entienden ni tienen intención de querer entender en alguien que consideren más apto que ellos, de igual modo que sus clientes los han seleccionado a ellos en su profesión. Este concepto es una especie de democracia tecnocrática-aristocrática, donde influyen dos factores fundamentales. El primero es la humildad y modestia de reconocer la necesidad de ese proceso de delegación en algo que no se entiende ni interesa, la segunda cara de la misma moneda es la exigencia al cargo público de que sea tan competente como un cliente o un jefe le exigirían o exigen a él que lo fuese o sea en su puesto de trabajo.
De este modo, para este perfil el candidato al que desea votar es; “uno que lo haga bien”, que aplique el sentido común, el sentido común es la lógica racional; procesos lógicos deductivos básicos entendibles por cualquiera, el sentido común es la desideologización que da lugar a la despolitización, la política entendida como mera gestión o administración burocrática de los asuntos de Estado, en substitución de una pugna ideológica y moral de dos formas de ver y pretender transformar el mundo necesariamente contrapuestas y antagónicas, donde solo una “puede” ser acertada e imponerse sobre la otra, bien mediante su imposición violenta; la revolución o la rebelión, bien mediante métodos democráticos. Este perfil de votante es exactamente lo opuesto a este modelo.
No priorizan, sintonizan, ni se sienten parte de entes colectivos impuestos o innatos, por encima de los grupos que ellos mismos han creado y en los que han decidido entrar y quedarse por voluntad propia.
No responsabilizan a los demás de su situación y, en consecuencia, no se sienten en deuda con nadie por sus éxitos, ni los culpan por sus fracasos.
No dudan a la hora de invalidar a un líder político o candidato que les defrauda. No consideran a nadie indispensable ni imprescindible, ni tampoco lo mesianizan, por lo que aceptan el cambio con una facilidad rutinaria.
Valoran positivamente la continuidad, la constancia y los cambios moderados, paulatinos y previamente ponderados.
Lo que es capaz de movilizar a este perfil es la construcción de una perspectiva alternativa al pesimismo decadente, al relativismo absoluto, y al nihilismo, que combata una visión deficiente, defectuosa, y aparentemente irreversible de una realidad desafiante y previsiblemente ininmutable.
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