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UNA VISIÓN POLÍTICA A TRAVÉS DE VERSTRYNGE

  • Jorge Ocaña
  • 23 dic 2018
  • 3 Min. de lectura

La figura de Jorge Verstrynge es, en el plano político, una de las más fascinantes y atractivas desde una perspectiva analítica de la evolución ideológica individual. La singularidad de su proceso de transformación particular a lo largo del tiempo radica en la inversión de la tendencia que generalmente suele darse en otros políticos o a nivel social. Esta excepcionalidad, que excede el panorama español y el momento actual, atrae un interés que le ha valido para convertirse en algo así como el Talleyrand español.


Esa atracción está sujeta a dos aspectos concretos. En primer lugar, a la imperiosa necesidad, fundamentalmente en el ámbito político y solo superable en ocasiones en el deportivo, de querer ser capaces de etiquetar y con ello de denominar el posicionamiento concreto, pertenencia o filiación de alguien para poder situarlo. No tanto por conocer dónde se encuentra esa persona, como por saber la distancia que os separa respecto de donde uno cree estar posicionado. En segundo lugar, a la errónea vinculación del concepto de coherencia de pensamiento con el de inmovilismo.


En este sentido, la denominada brújula política ha ido desarrollando ejes cada vez más elaborados inversamente proporcionales a la simplificación que solicita el ciudadano, para ser capaz de catalogar y posicionar ideológicamente a sus interlocutores.


El eje de representación dentro la escala político-ideológica ha ido variando a lo largo del tiempo, desde una perspectiva unidimensional representada mediante una simple línea recta de izquierda a derecha, donde los extremos que inician y acaban la recta serían considerados como posiciones radicales o totalitarias tanto a un lado como al otro, y cuya cercanía hacia el centro se percibe como posturas sensatas o posibilistas, independientemente de la tendencia ideológica sesgada por el lado de la línea en que el sujeto se encuentre.


Posteriormente, fue desarrollado un modelo bidimensional más elaborado basado en el sistema cartesiano, capaz de representar en dos ejes de coordenadas diferentes las mismas variables representadas anteriormente de forma unidimensional por la línea recta. De esta manera, se mostraron los mismos elementos pero lo que se modificó fue su perspectiva, al plasmarla dentro de un plano. A raíz de este cambio aparecieron nuevos tipos de gráficos, con diversas formas de agregación de distintas variables, creados a partir de este novedoso modelo bidimensional. Modificando la agregación de variables, se condiciona el posicionamiento que un mismo sujeto tendría dentro de diferentes gráficos bidimensionales. Y con ello, surge la posibilidad de crear multitud de nuevos gráficos atendiendo a la forma de agregación de distintas variables dentro de ejes dicotómicos antagónicos. Como ejemplo están los conocidos; gráfico de Nolan y gráfico de Pournelle.


Se han llegado a alcanzar representaciones tridimensionales que incluyen tres variables polarizadas diferentes formando un cubo, donde, dependiendo de la forma en que éstas se agreguen, dan lugar a perspectivas ideológicas distintas a la hora de fijar una posición para un mismo sujeto dentro de cada figura gráfica. Así, resultan diversos ejemplos, como; el modelo de Friesian, el gráfico de Vosem o el eje de Marcellesi, entre otros.


Y, dónde deja todo esto a Jorge Verstrynge. Sin duda, a primera vista se trataría de una figura rotatoria incapaz de ser situada, etiquetada o posicionada ideológicamente al margen de un contexto temporal dentro del cual encuadrarlo. Dependiendo del momento y de las variables de los ejes, tal vez haya quien piense que ha podido recorrer todo el tablero político de punta a punta en un modelo bidimensional, o un cubo de esquina a esquina en un modelo tridimensional.


Si se situase a esta figura política dentro del primer modelo unidimensional, el más simple y sencillo de todos, se diría que ha ido recorriéndose de un lado a otro esa línea recta sobre la que se representa. No se debe olvidar, que las líneas también pueden ser curvas, y que no por ello dejan de ser líneas. Dentro de una representación unidimensional curvilínea, podría ser que el sujeto se trasladase alrededor de esa curva para cambiar su posición, tanto como que fuese la propia circunferencia quien rotase variando la posición del sujeto dentro de ella, sin que necesariamente éste hubiese modificado su posicionamiento.


Tal vez no fuese el actor quien se moviese, sino simplemente el propio gráfico de la realidad o el tablero político los que rotasen. Tal vez alguien coherente ideológicamente pueda ser considerado un chaquetero por la excesiva mutación y continua readaptación de todos los agentes que le rodean. Tal vez unos principios y valores inamovibles puedan denotar la heterogeneidad circundante. Tal vez alguien que siempre ha sido percibido como cambiante pueda constituir un punto de referencia para determinar el grado de variación de cuanto hay alrededor suyo, si se le considera como un ente fijo. Tal vez y paradójicamente pueda constituir el termómetro para medir la evolución de los cambios si se mantuviese señalándole siempre el norte a la brújula política española.

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