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RAZÓN Y VERDAD

  • Jorge Ocaña
  • 21 dic 2018
  • 3 Min. de lectura

Con demasiada frecuencia los términos razón y verdad tienden a emplearse como sinónimos intercambiándose como si ambos sirviesen para dar significado al mismo concepto, pretendiendo con ello hacer referencia a una explicación ajustada de lo que es, de lo real, de la realidad. Llegando a confundirse, de forma deliberada o no, el ser con el deber ser o con el querer o desear que fuese.


La palabra razón proviene del latín; ratio, -ōnis. La razón como facultad del ser humano de pensar, reflexionar y a través de ello alcanzar conclusiones mediante un proceso sustentado sobre la lógica que puedan identificarse como ajustadas a la Realidad o a la Verdad, difiere de las razones como elementos interpretativos de todo aquello que nos rodea y que están sujetas a la subjetividad individual de aquél que extrae las conclusiones, y que dan lugar a argumentos influidos circunstancial y contextualmente por el bagaje personal de carácter cognitivo, intelectual, ético, moral, sensitivo, etc. con el que cada cual cargue, así como con sus condicionamientos tanto individuales como colectivos. Las razones, como argumentos con una fuerte carga valorativa individual, son subjetivas. Las razones son por tanto las diferentes interpretaciones junto a sus distintas explicaciones, independientemente de que se ajusten en mayor o menor medida a la realidad o bien difieran por completo de ésta. Como argumentos solo requieren de una explicación que los sustente, y no de su veracidad.


La palabra verdad también viene del latín; verĭtas, -ātis. La verdad es un concepto que pretende designar aquello que se ajusta a la realidad de los hechos y de las cosas, cuyo objetivo es dar veracidad o verificar las interpretaciones determinando cuál o cuáles de ellas se ajustan más a lo real, es decir, a aquello que es. Por esta razón, la verdad solo puede ser objetiva. La verdad es la superación de la reinterpretación subjetiva de los hechos para lograr desprender de dogmatismos y subjetividades dicha interpretación hasta ajustarla a lo real, a lo que es por encima de lo que se querría que fuese. Por ello, no puede existir nada parecido a tu verdad, sino más bien a la verdad como concepto genérico y absoluto ligado y ajustado a la realidad. Por eso, la verdad es independiente de la cantidad de sujetos que la sostengan. A un argumento no lo convierte en veraz la magnitud de individuos que lo crean o afirmen, sino su capacidad de ser demostrado científicamente pudiendo ser probado mediante un procedimiento lógico-racional, o bien su incapacidad para poder ser refutado de forma racional. “La verdad es una; la diga todo el mundo, o no la diga nadie.” Sócrates


De esta manera, se utilizan expresiones con una fuerte carga interpretativa y definitiva donde tu verdad substituye a la verdad y donde tus razones substituyen a la razón para poder dar cabida a una redirección argumental que posibilite encumbrar un argumento como genérico o tan ajustado a la realidad que no admita su discusión ni oposición, alcanzando con ello el final del debate y por tanto de la posibilidad de continuar con la contraposición de ideas.


Este jaque mate argumental que da paso a un relativismo absoluto donde cualquier interpretación de la realidad constituye una verdad diferente o una parte diferente de la verdad da lugar a la falsa creencia de que todas las partes pueden tener parte de la razón por tener diferentes razones, y donde entre todas ellas conforman una porción de aquello que pudiera ser conocido como la verdad. El problema surge cuando se le otorga la misma validez a toda interpretación respecto a su posición definitoria de la realidad. Jugar a como si todo argumento fuese igual de válido en su interpretación de la realidad nos sumerge en una subjetividad y relativismo tal que nos aleja de cualquier cosa parecida a un proceso lógico-racional que pretenda alcanzar una objetividad universal que dé una explicación fáctica de lo que sucede. Si los hechos probados y demostrables dejan de importar, si las evidencias dejan de ser categóricas, si los argumentos no son erróneos o acertados, veraces o falsos, sino que constituyen todos ellos una misma parte proporcional de la realidad, entonces antes o después la dura realidad de los hechos acaba por atraparte destruyendo ese confort generado y desencadenando el resentimiento y la frustración que provoca saber que estás errado cuando te contaron que nunca podrías estarlo. “Puedes ignorar la realidad, pero no puedes ignorar las consecuencias de ignorar la realidad.” Ayn Rand

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