CAMBIAR Y EVOLUCIONAR

Las palabras cambiar y evolucionar frecuentemente tienden a ser empleadas de forma intercambiada como si fuesen sinónimas, aunque realmente cada una de ellas hace referencia a una realidad diferente que guardan cierta similitud entre sí.

El término cambiar proviene del latín; cambiāre. Un cambio supone una modificación en un estado, una forma, un hábito, etc. Para que exista un cambio es necesario que haya una ruptura radical o sustancial, en ocasiones opuesta, con aquello que anteriormente se venía haciendo o estaba dado.

El término evolucionar proviene del latín; evolutio, -ōnis. La evolución es la acción y efecto de mudar o mudarse, de transmutarse; cambiar de estado o de forma en un sentido ascendente, progresivo y mejorado. La evolución supone necesariamente una transformación sucesiva, no regresiva, con una reformulación o reforma de lo precedente.

Por ello, no toda transformación es necesariamente evolutiva, a pesar de que toda evolución requiera de una transformación siquiera sea tan leve y paulatina como imperceptible. La transformación es un cambio de forma de alguien o algo que, por poder ser regresiva sin tener que llegar a ser tan drástica como para implicar necesariamente una involución, sí que excluye la obligación de una relación directa de causalidad entre una y otra.

En este sentido, la evolución puede devenir de una serie de cambios, pero no todo cambio es una evolución, ni siquiera toda transformación o transmutación suponen una evolución. La evolución solo se logra alcanzando un estadio superior al anterior que no llega con la ruptura que implica un cambio, sino con la reforma que trae una mutación ligada al paso previo mediante el desarrollo.