JUEGO DE TRONOS (II)
- Jorge Ocaña
- 21 nov 2018
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 27 oct 2020
Hice cuanto hice por el bien del Reino.
¿El Reino? ¿Sabéis qué es el Reino? Son las mil espadas de los enemigos de Aegon. Una historia que coincidimos en contarnos mutuamente una y otra vez hasta que olvidamos que es mentira.
Pero, ¿qué es lo que nos queda cuando abandonamos la mentira? El caos; un foso que aguarda para engullirnos a todos.
El caos, no es un foso, es una escalera. Muchos intentan subirla y fracasan, nunca podrán hacerlo de nuevo. La caída los destroza. Pero otros, si se les deja subir, se aferrarán al Reino o a los dioses o al amor, espejismos. Solo la escalera es real, el ascenso es todo lo que hay.
(Temporada 3, Capítulo 6: “El ascenso”. Conversación entre Lord Varys “La araña” y Petyr Baelish “Meñique”.)
El trono de hierro representa la historia que hay tras él, la historia que hace de él lo que se pretende que sea. La historia de que fue forjado con mil espadas arrancadas de las manos de los enemigos de Aegon y derretidas por el aliento de fuego negro de Balerion “El terror negro”, uno de los dragones de los Targaryen. Las mil espadas constituyen una mentira, ni siquiera hay doscientas, en palabras del propio Meñique, quien afirma haberlas contado. Pero es el relato, o la necesidad del mismo, lo que se requiere que se perpetúe. La idea del temor que el propio relato conlleva, recuerda y transmite. Temor sobre el que se justifica y se fundamenta la preferencia por la ausencia de conflicto y los costes que supuso alcanzar el actual equilibro de poder existente en los Siete Reinos.
Pero esa es una advertencia en forma de historia para los enemigos y para el Pueblo. Para Meñique, el caos que deviene de una situación de conflicto no es en absoluto percibido como algo pernicioso, sino al contrario, como una oportunidad. Casi, podría decirse, la única oportunidad para algunos de variar su posición dentro de una sociedad estamental donde los puestos están claramente asignados y cuya facilidad para caer es directamente proporcional a la dificultad para ascender.
El problema entonces estriba en la capacidad para generar caos a través del conflicto. Esto pasa por dos situaciones; o ser capaz de advertir una situación potencialmente conflictiva y denunciarla para dar origen a dicho conflicto, o bien ser capaz de crear una situación potencialmente conflictiva y denunciarla para dar inicio al conflicto. A pesar de que la intencionalidad que se pretende encendiendo la chispa sea la misma en ambas situaciones, el modo difiere desde denunciar una realidad dentro de una de ellas a inventar una realidad dentro de la otra. Y esto, no es algo banal en absoluto.
En este sentido, ¿qué es antes, el huevo o la gallina? Es decir, se trata de la constatación de una realidad fáctica que se encuentra ahí presente pero que ha pasado desapercibida a ojos de todos como causa de un malestar social generalizado hasta ahora imperceptible e inapreciable, y posibilitador de iniciar el fuego de la alarma social para dar lugar a una revuelta, rebelión, revolución, guerra, o cualquier otro tipo de confrontación que permita un cambio de roles dentro de la estructura de poder existente. O por el contrario, se trata de una invención bien ligada a la realidad existente y justificada sobre hechos modulados por argumentos interpretables que han generado un malestar social generalizado hasta ahora inexistente, y posibilitador de iniciar el fuego de la alarma social para dar lugar a una revuelta, rebelión, revolución, guerra, o cualquier otro tipo de confrontación que permita un cambio de roles dentro de la estructura de poder existente.
“Tener el poder significa, sobre todo, tener la posibilidad de definir si un hombre es bueno o malo.” (Carl Schmitt). El cambio surge a partir de una explicación nueva de la realidad, autoexculpatoria de todo aquello que desagrada colectivamente y consecuentemente victimizadora, donde ese análisis paternalista va ligado con soluciones que pasan necesariamente por el ascenso dentro de la estructura de poder de quien ha realizado el diagnóstico “obvio” y aporta las soluciones “sencillas”. La misma búsqueda del conflicto que a cualquier nivel social sería considerada una patología, a nivel político la necesidad lo convierte en oportunidad.
Existen dos roles clave a tener en cuenta dentro de este proceso. El primero de ellos es quién realiza un diagnóstico aglutinador de voluntades colectivas victimizándolas y autoexculpándolas, para seguidamente sugerir soluciones simplistas que nunca son impuestas sino que parecen surgir de la propia idea colectiva, aún cuando hubieran sido anteriormente asimiladas de forma paulatina por el envío de pequeñas dosis encapsuladas de sofismas. El segundo de ellos es quién se beneficia o se ha beneficiado de la nueva situación existente, del cambio nacido del conflicto y de la confrontación. Quién ha sabido utilizar la nueva situación para variar su posición dentro de la estructura de poder desde antes de la existencia de conflicto a cuando el conflicto se apacigua. No necesariamente ambos roles deben caer sobre el mismo sujeto.
En sintonía con esto, Daenerys no se muestra ni se presenta como Targaryen heredera del Rey loco, esas son etiquetas arcaicas que pertenecen al pasado. Dentro de la nueva transversalidad política, para Dany llevar tres dragones consigo, utilizarlos para algo más que viajar sobre ellos, y presentarse como la Madre de dragones no es incompatible con querer ser conocida preferiblemente como la Rompedora de cadenas.
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