ACERCA DE LA RESPONSABILIDAD
- Jorge Ocaña
- 21 dic 2017
- 4 Min. de lectura
Hay una serie de términos que dan nombre a instituciones o elementos que, por razones de carácter ideológico, se han vaciado de contenido o bien éste se ha tergiversado, incorporando sobre ellos una carga eminentemente negativa para defender intereses que justifiquen postulados políticos. El Derecho, el Mercado, el Estado, la Religión, el lenguaje, las armas y el dinero, el capital o la moneda son varios ejemplos de ello, entre otros muchos.
Con frecuencia se proclama desde ciertos sectores que el Estado es un aparato de coacción que nos roba. El Estado es una de las diversas formas que existen de organización del poder político (Soberanía), sobre una población (Nación), dentro de un territorio delimitado (país). También ha sido definido por el pensador don Antonio Escohotado, como; el límite institucional al egoísmo subjetivo, o el punto final donde el egoísmo de la individualidad no puede seguir progresando. La fortaleza del Estado como institución, al igual que la del Derecho, la Religión o la moneda, más que en la multiplicidad de unidades que lo componen, y que de forma coordinada cumplen una serie de directrices encaminadas a lograr unos fines concretos dictados desde el Gobierno, reside fundamentalmente en la aceptación social que suscita. Tanto las órdenes que provienen del Estado, como las leyes que emanan del Derecho, tienen eficacia por ser consentidas, asumidas y obedecidas por la sociedad y, desde luego, no por la capacidad del Estado para imponerlas individualmente de forma coactiva a todos y cada uno de los ciudadanos, buena parte de los cuales conforma dicha organización. Por tanto, la coacción del Estado tiene siempre como límite la aprobación de la voluntad popular. En cuanto a la denuncia a una organización, sea la que fuere, de robar. Del mismo modo que una empresa o un banco no roba, sino que en todo caso serían algunos de sus directivos, administradores, gerentes o trabajadores quienes lo hiciesen, el Estado per se no lo hace, salvo determinados políticos. Tampoco ocurre por la vía fiscal, ya que en circunstancias normales se puede abandonar un territorio como se cambia de compañía, a una que oferta mejores condiciones.
Una forma usual de criticar a ciertas religiones es acusarlas de radicales, extremistas o fanáticas en sus creencias, a través de las revelaciones que se muestran en sus textos sagrados. Si bien es cierto que algunos pasajes no están exentos de violencia explícita, culpabilizar de las agresiones, la crueldad o los actos de terror que ocurren actualmente a libros, ideas o fes con siglos de antigüedad tratando de demonizarlos, en lugar de focalizar esas acciones en los individuos que las ejecutan y en quienes los convencen para consumarlas, es una muestra de incapacidad para diferenciar a un fiel de un criminal. No en vano, esa misma purga intelectual también se ha llevado a cabo contra ideas políticas, no tanto por el contenido de éstas como por depurar a los individuos que las pensaban.
Las armas matan; es otra de las boutades más extendidas y repetidas allá donde aparece una discusión sobre el derecho de los ciudadanos a portarlas. Culpabilizar a las armas de matar es tanto como afirmar que poseen vida propia, que gozan de la autonomía suficiente que posibilitan la voluntad y la capacidad de seleccionar un objetivo y acabar con su existencia. Obviar el hecho de que detrás de cada gatillo se encuentra un sujeto que ha de apretarlo, con todo lo que ello conlleva, implica traspasar la responsabilidad de la muerte del Hombre al arma. Similar estrategia se ha desarrollado en ocasiones frente a la droga, más que evidente hoy en día en la guerra contra el tabaco con el slogan: fumar mata.
El dinero y el capital son acusados de forma cotidiana de generar desigualdad. Esta situación no se achaca a las elecciones y acciones que las personas racionalmente adoptan diariamente, condicionando de una forma u otra el desarrollo de su vida, con un influjo de esfuerzo y suerte. El elemento material; monedas, billetes, plata, oro, etc., no es más que un factor cuantitativo que posibilita medir la riqueza. Pero carente como objeto de la capacidad de decidir beneficiar a quien lo tiene o de perjudicar a quien no. Culpar a un trozo de papel de generar desigualdad es tanto como culpar al sistema métrico de la altura, a la báscula del peso, o al termómetro de la fiebre.
Esta dialéctica, propia de una sociedad dada al victimismo, descarga de forma deliberada una responsabilidad inherentemente humana sobre una institución o instrumento que no deja de ser un mecanismo al servicio del Hombre, utilizado y dirigido en última instancia por individuos concretos de carne y hueso con nombres y apellidos. En otras palabras, no solo no se asume ni se identifica la responsabilidad con uno o varios sujetos, sino que además se culpabiliza a un aparato inerte y carente de voluntad propia, en tanto en cuanto objeto, de la acción perpetrada por personas en el uso de dicha herramienta. El disfrute de Libertad conlleva consustancialmente la asunción de responsabilidad individual. Mientras no se soporten las consecuencias que ésta supone, y se continúe culpabilizando a objetos de los errores de sujetos, jamás se podrá gozar plenamente de aquélla.
Comentários