EDUCACIÓN Y ENSEÑANZA
- Jorge Ocaña
- 21 ene 2017
- 3 Min. de lectura
El uso de las palabras educación y enseñanza de forma intercambiada e intercambiable es más que habitual hoy en día. El lugar donde se aprecia esta aberración de una forma más flagrante es en la propia cartera gubernamental del Ministerio de “Educación”. Cualquier persona que comprenda la esencia del significado de la palabra “educación” debería escandalizarse de la aproximación goebbeliana del hecho de que el Estado se apropie de una parte fundamental del proceso de formación personal de nuestros hijos.
La palabra educar vine del latín; educcere, que significa “conducir”. La educación implica; aprender a andar, hablar, comer, modales, criar en unos valores, en definitiva preparar al niño para salir a la sociedad. La educación constituye una etapa en la que se inicia al crío en lo más elemental de la vida para su posterior desarrollo. Las capacidades adquiridas son completamente de carácter personal, por lo que este proceso recae de forma natural en los padres o tutores legales del niño a quien se encargan de guiar, y se lleva a cabo en el hogar.
La enseñanza se da en el período en el que el niño llega a la infancia. La palabra infancia proviene del latín; infans, significa “el que no habla”, “incapaz de expresarse”. La enseñanza es la fase en la cual el niño asimila una serie de instrumentos básicos de carácter académico e intelectual que le permitirán convertirse en ciudadano (alfabetizarse) y en un futuro desarrollarse de forma profesional. A la etapa de la enseñanza le corresponde aprender a leer, escribir, sumar, restar, multiplicar, dividir, etc. Esta tarea se le encomienda a la figura del maestro por ser alguien especializado (profesionalmente) en el arte de transmitir estos conocimientos (enseñar). En la enseñanza no existía un plano de igualdad. El maestro se situaba en la escuela (colegio) en una tarima por encima de sus discípulos como reflejo de esa diferenciación entre el que “sí sabe expresarse” y que ya tiene la condición de ciudadano, frente a los que están en el proceso para adquirirla. Esto además se encuentra estrechamente ligado con el hecho de que la obtención de derechos civiles y políticos se establezca a los 18 años, que es a su vez la edad en que se finaliza el proceso de enseñanza. Por tanto, se asume de forma figurada que al terminar esta etapa se han adquirido las facultades necesarias para ostentar la condición de ciudadano.
La instrucción es la fase en la cual el ciudadano se profesionaliza, es decir, se instruye en un arte, profesión u oficio concreto adquiriendo las herramientas necesarias para el desarrollo de dicha actividad profesional. Por ello, a quienes se encargan de transmitir esos conocimientos específicos de carácter profesional se los denomina profesores. El símbolo de la tarima desaparece, puesto que no se trata ya de una misión de elevar al infante a la categoría de ciudadano, sino de una transmisión de conocimientos en una relación en un plano de igualdad de un ciudadano a otro, generalmente desarrollado en la universidad.
La confusión conceptual ha llevado a denominar el todo por una parte, a mezclar las etapas y el papel de quienes han de dirigirlas, y a perder la noción de la importancia por separado de cada una de las fases del proceso. Solo una sociedad adoctrinada puede aceptar el hecho de que al organismo oficial del Estado encargado de la enseñanza e instrucción se le denomine de educación. Máxime cuando hasta 1937 la denominación de éste fue “Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes”.
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