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LA FÓRMULA 1 COMO FRACASO DEL INTERVENCIONISMO

  • Jorge Ocaña
  • 21 dic 2016
  • 2 Min. de lectura

Hace ya varios años en los que la Fórmula 1 ha perdido intensidad, agresividad y emoción para muchos espectadores. Un deporte que en las últimas décadas desde los 90 había ido en constante aumento, en lo que a número de seguidores se refiere a juzgar por el auge de su relevancia mediática, lleva cerca de un lustro en el que la pérdida de atractivo y exhibición es flagrante.


Es cierto que en España este desinterés se ha visto fuertemente influido por la pérdida de competitividad que ha sufrido el principal piloto patrio; Fernando Alonso, por la baja fiabilidad o rapidez de los automóviles de las escuderías donde ha militado en estos últimos años. Pero existen además otras causas que han hecho de las carreras una monotonía extrema, en las que la competición por el título mundial prácticamente brilla por su ausencia. En los últimos diez años solo cinco pilotos y cuatro escuderías se han llevado todos los campeonatos, y lograr la pole ha sido prácticamente garantía de ganar la carrera.


La pérdida de emoción se ve claramente influenciada por el modelo que se ha tratado de implantar. Básicamente existen dos formas de gestión general, que pueden ser extrapolables tanto a este deporte como al resto de facetas de la vida; dejar hacer o marcar el camino a seguir. Dejar que cada escudería seleccione a los pilotos que estime oportunos y construya sus automóviles como crea conveniente sin más restricciones que unos límites mínimos comunes, o establecer para todos los equipos un mismo tipo de motor (cilindrada, revoluciones y tipo de aspiración), marca de neumáticos, sistemas electrónicos, pautas aerodinámicas, etc., por no mencionar la losa que suponen los cambios introducidos en el modo de clasificación para las carreras y la eliminación del repostaje durante éstas. En definitiva, dar libertad de creación y que gane el mejor coche o piloto, o igualar a todos los bólidos y que gane el que mejor haya podido adaptarse a las exigencias impuestas.


Lo que se pretendía era imponer una serie de restricciones muy concretas a todas las escuderías por igual, pensando que así producirían automóviles muy similares entre sí, al exigirles tener las mismas características. De esta manera, se creyó que prevalecería la calidad de los motores y del pilotaje, que serían los elementos individuales y particulares que aportaría cada equipo, sobre los coches.


En cambio, lo que se ha logrado es favorecer a aquellas escuderías a quienes ha beneficiado la marca de neumáticos establecida, las restricciones aerodinámicas y en los sistemas electrónicos, la reducción de cilindrada y la limitación de revoluciones, las clasificaciones por tramos en sustitución de las de mejor tiempo, la supresión del repostaje en carrera como elemento estratégico, etc. Con ello se han conseguido coches más lentos, carreras más largas, menos adelantamientos, menos contaminación acústica, etc. El intervencionismo ha llegado al paroxismo de lograr coches que apenas hagan ruido a pie de asfalto. Y desde luego, la calidad del piloto como elemento decisivo no ha alcanzado la relevancia que se pretendía.


Por suerte para el deporte y el espectáculo parece que se está estudiando revertir buena parte de estas medidas de cara a futuros campeonatos tras su manifiesto fracaso. Los aficionados a este deporte esperamos que ésta sea una nueva batalla más ganada en favor de la libertad.

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