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VOTO LIBRE, VOTO SECRETO

  • Jorge Ocaña
  • 16 mar 2014
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 20 sept 2020

A raíz de la polémica generada por el proyecto de ley del aborto, algunos políticos exigieron al Partido Popular que diera libertad de voto a sus diputados en este asunto, o que éste fuese ejercido de forma secreta.


El voto secreto es un derecho fundamental para los ciudadanos, que garantiza el libre ejercicio del mismo frente a cualquier tipo de coacción que pretenda condicionarlo. En cambio, el voto secreto ejercido por los diputados es un fraude antidemocrático, que impide a los votantes controlar la actividad de los legisladores, extinguiendo la responsabilidad ante sus electores. ¿Cómo si no iban a saber los representados si su representante cumple sus promesas y defiende los intereses de sus electores?


Cuando los representantes actúan a espaldas de sus representados, ocultándoles qué es lo que deciden en su nombre, eliminan cualquier rastro de representación. Pretender ejercer en secreto el voto parlamentario, implica querer negar el conocimiento de la decisión que se tome, bien al pueblo por temor a votar en contra de la voluntad que le hizo ser elegido, bien por evitar desagradar al jefe de la formación política a la que pertenece, para poder volver a estar en las listas electorales de su partido en las próximas elecciones.



La libertad de voto se encuentra íntimamente relacionada con el tipo de mandato, es decir, ante quién debe responder el diputado. Según la teoría seguida por la Constitución del 78, éstos deben votar y por tanto responder, ante su conciencia. En la práctica, es bien sabido que el voto parlamentario se encuentra dirigido y controlado por los whip, que son los diputados encargados en cada partido de dictar al resto de diputados de su formación qué van a votar, si en las siguientes elecciones quieren volver a formar parte de la lista del partido. Pero en esencia, el fin de la representación no es otro que la obediencia a la decisión mayoritaria de aquellos que los han situado allí. Por tanto en una democracia, el voto del diputado no debería obedecer al jefe de su partido ni a su conciencia, sino a la voluntad de la mayoría de los ciudadanos, gracias al voto de los cuales, él se encuentra en su escaño para defender los intereses de éstos.


No se trata de una cuestión de permitir o no, en una determinada votación el voto secreto o el voto en conciencia a sus señorías. Se trata de erradicar una serie de concepciones que han prostituido sobremanera todo el entramado de las relaciones parlamentarias, imposibilitando la existencia del vínculo entre el representante y sus representados, obviando con ello todo rastro de representación política, y en definitiva eliminando la clave para la existencia de una democracia, algo de lo que España carece.



Otro caso similar son las divergencias en el seno del PSC (Partido Socialista de Cataluña), en torno a la realización del referéndum separatista. Y la petición, por parte de su líder, del abandono del acta a los diputados desobedientes.


En una democracia el escaño pertenece solo al diputado electo, y éste se debe a la voluntad de quienes lo han elegido, que es a quienes debe su acta parlamentaria. Cuando el voto no sirve para elegir directa y personalmente, sino para ratificar una lista confeccionada por un partido, los partidos creen que los diputados han de obedecerles, y que su escaño les pertenece. Para votar en bloque como ocurre actualmente, sobra el parlamento, basta con que los jefes de los partidos se reúnan y decidan según el número de votos que tenga cada formación. Y es que en una partitocracia, ni la Soberanía reside en la Nación, ni los ciudadanos tienen porqué saber qué votan los diputados, dado que la representación política directamente no existe.



Publicado en la revista digital "La Brecha" (16/3/2014) http://www.labrechadigital.es/?articulo/2/498

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