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EL VOTO INÚTIL

  • Jorge Ocaña
  • 26 ene 2014
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 20 sept 2020

Son más que habituales, casi inherentes a nuestra partitocracia las típicas coletillas, que el día de las elecciones pueden escucharse a todos los políticos de cualquier partido; “hoy, es la fiesta de la democracia”, “lo importante es que la gente acuda en masa a las urnas, aunque no voten a nuestro partido” o “muchos lucharon durante años para lograr este derecho”, ¿derecho?, la intencionalidad de esa frase lo que refleja es querer convertir un derecho en obligación.


En un régimen democrático se vota para elegir, en un régimen oligárquico de partidos se vota para ratificar lo que otros han elegido (lista cerrada). La elección es libre y directa, a personas concretas y salen elegidos los candidatos que obtienen más sufragios. La ratificación de listas obliga a votar en bloque a los candidatos designados por la dirección de un partido, lo único que se decide es el reparto proporcional de escaños entre los partidos, como si de un pastel se tratase.


Las formas de ejercer el voto (o no voto) son básicamente cuatro; voto por una lista o candidatura, voto nulo, voto en blanco y abstención. Es de sobra conocido en qué consisten, por eso el propósito de este artículo es; profundizar en el efecto que cada una de ellas originan, cuál es su lectura sociológica y su utilidad fehaciente o el poder que individualmente posibilitan.


La primera de ellas, el voto por una candidatura que se presenta a las elecciones, implica que el votante acepta el programa del partido al que concede su confianza. Pero además, sociológicamente ese voto significa que el ciudadano está de acuerdo con las normas electorales que regulan esos comicios, y en definitiva una adhesión el régimen al que legitima con su voto. Votar a un partido, sea el que fuere, implica aceptar como legítimo no solo el sistema electoral actual, sino también la monarquía parlamentaria y el régimen de 1978 en su conjunto. El poder legitimador es por tanto doble, concreto hacia el partido y general al régimen.


El voto nulo se recuenta, pero no se computa a la hora de transformar los votos en escaños. No incide en la cláusula de barrera, al no aumentarla no perjudica a los partidos minoritarios. Algunas organizaciones, foros, movimientos, plataformas, etc… que se declaran apartidistas, pero están dirigidas entre bastidores por un partido minoritario, piden que se vote nulo (si es que no piden de forma indirecta el voto para el partido en cuestión). Argumentando que el voto nulo no favorece a los grandes partidos, lo que es cierto. Pero omiten advertir que con él se está legitimando esa misma forma de gobierno que en realidad no pretenden cambiar, sino alcanzar, controlar y beneficiarse.


En cuanto al voto en blanco, a diferencia del anterior no solo se contabiliza, sino que se tiene en cuenta más allá de la mera estadística, porque provoca un aumento en la cláusula de barrera. Éste es el porcentaje mínimo de votos por circunscripción, que debe obtener un partido político para ser partícipe del reparto de escaños. Debido al aumento que ocasionan en la cláusula de barrera, tienden a beneficiar a los partidos mayoritarios, favoreciendo el bipartidismo.


Tanto el voto en blanco, como el voto nulo, son representativos de aquellos a quienes ninguna de las candidaturas ofertadas les agrada, pero no descartan que en el futuro sí pueda haber una que lo logre. Por ello, sin confiar su voto a ningún partido, pero emitiéndolo, ayudan (quizá sin quererlo ni saberlo) a consolidar el sistema electoral que critican, dar poder a la monarquía que dicen querer derrocar y legitimar las instituciones contra las que se manifiestan.


Por último, la abstención consiste precisamente en la no emisión de un voto. La abstención tiende a interpretarse de formas muy variadas, tradicionalmente ha sido patrimonio de los ácratas, de un tiempo a esta parte se achaca tanto a los antisistema como a los apolíticos, desde los desencantados con la política en su conjunto, a los contrarios al régimen o la forma de Estado imperante.


El valor que se le otorga a la abstención es el de todos aquellos que, no solo no han encontrado una opción entre las que se presentan con la que identificarse, sino que creen que tampoco la habrá en un futuro. Porque su disconformidad es con el conjunto del régimen actual, y no solo con las diferentes opciones que puedan presentarse en cada momento. Creen que la estructura se encuentra tan viciada, que no puede cambiarse desde dentro. Por eso deciden ejercer libre y consecuentemente su derecho a no votar.


La abstención como el voto nulo, no es más que una mera estadística. Un recuento de los que pudiendo haber votado, han optado por no hacerlo. Si es inferior al 50% es una anécdota, pero si lo supera se traduce en deslegitimación del sistema. Si la abstención superase ese 50%, habría que plantearse qué clase de “mayoría” es aquella con la que el partido vencedor de las elecciones pretende gobernar. Pues con la mayoría parlamentaria, que es la única a la que en éste régimen se le da importancia. Un partido que obtenga el 50% de los votos tiene 3/5 partes de la cámara asegurados, no importa que solo hayan votado el 10% de los ciudadanos. Legalmente puede seguir gobernando, aunque su legitimidad será casi nula. Ese es el fin de un régimen político.


Un político miembro de la actual oligarquía de partidos, prefiere que un ciudadano vote a cualquier otro partido antes de que se abstenga. Pues sabe que el régimen del que depende su puesto no caerá si triunfa otro, pero en cambio lo hará si lo que arrolla es la abstención.



Publicado en la revista digital "La Brecha" (26/1/2014) http://www.labrechadigital.es/?articulo/2/489

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