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SUIZA VS. SUECIA

  • Jorge Ocaña
  • 30 jul 2013
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 20 sept 2020

Hoy en día es más que frecuente recurrir a la vaga dicotomía de izquierda y derecha para querer enmarcar, entender o diferenciar una idea, acción, pensamiento o persona dentro del espectro político. Una diferenciación tan simplista como su origen, que no es otro que el lugar en que los parlamentarios de la Asamblea Nacional de Francia durante la Revolución francesa decidieron tomar asiento, a la izquierda o la derecha de Luis XVI. Por una razón tan pretérita y anacrónica se pretende englobar todo el pensamiento de una persona en una sola palabra, con la que poder etiquetarla y resumir así todo su ser político.


Una línea es todo cuanto les basta a algunos para definir políticamente a los demás. Línea que más tarde pasa a transformarse en círculo, por aquello de que todos los extremos se tocan. Haciendo entender que cuanto más avanzado en la línea se estuviese no solo más radical se era, sino que a su vez más cerca se estaba del radicalismo opuesto.


De la curvatura de la línea se pasó a la cuadratura del círculo con el gráfico de Nolan. Un diagrama en el que el pensamiento pasa de ser lineal a bidimensional, en el que la dicotomía izquierda y derecha queda rebasada por los términos progresista y conservador, algo más precisos. Y en el que se introducen como partes del eje el autoritarismo y el liberalismo.


Pese a la utilización de esta fútil dicotomía, el espectro político se ha tornado mucho más complejo. Para los que quieran etiquetar, con esas dos palabras les es más que suficiente. Para los que quieran profundizar, los modelos son Suecia y Suiza. Unos modelos más que políticos, intrínsecamente económicos.


El primero, de gasto e inversión pública, de altas tasas de imposición fiscal y amplio poder cedido al Estado para que interaccione, regule, reparta y trate de paliar las diferencias y deficiencias de los ciudadanos, a la hora de acceder a unos servicios básicos ofertados y sostenidos por los contribuyentes. Por todos y para todos, podría ser el lema.


El modelo sueco cuenta entre sus virtudes con los primeros puestos que acostumbra a tener, año tras año, en el informe PISA. El reparto equitativo de la riqueza generada, la inversión en sectores industriales punteros o garantizar servicios básicos de calidad para todos sus ciudadanos, son otras de las principales ventajas. Todo ello en un país que cuenta con casi 10 millones de habitantes.


En contraposición nos encontramos con el modelo suizo, que se caracteriza principalmente por su baja imposición fiscal. Lo que le ha valido ser considerado un “paraíso fiscal”. Un país con un Estado reducido, al que no hay que “darle mucho de comer”, lo que supone más dinero para los ahorradores y menos imposición, en todos los sentidos. Hasta tal punto que carecen de la mayor forma de coerción estatal que ha existido a lo largo de la Historia, el ejército.


Entre conatos de libertad, este modelo prima y fomenta las relaciones privadas entre individuos eliminando, en la medida de lo posible, su dependencia económica del Estado y del control ejercido sobre sus vidas. Un sistema adaptado a un país con una población de casi 8 millones de habitantes.


Por un lado cabe plantearse cuán solidario puede llegar a ser un modelo intervencionista. Qué clase de solidaridad es aquella que no es libre, ni voluntaria, ni surge del propio individuo para ayudar a otros, sino que es impuesta por un tercero de forma coercitiva. La solidaridad debe ser altruista, no se exige ni se obliga.


Por otro, es infundado pensar que cabe la posibilidad de reducir el Estado hasta su extinción. El sostenimiento del mismo lleva implícito la utilización del recurso de la imposición fiscal, como mantenimiento económico, no solo del aparato administrativo o burocrático, sino de los servicios mínimos que éste está llamado a garantizar.



Volviendo la vista hacia la península debemos tener en cuenta en primer lugar, que no podemos ni debemos copiar un modelo económico, aunque sí fijarnos en sus defectos para no cometerlos a la hora de abordar uno propio. En segundo lugar, ser conscientes de que no tenemos ni 8 ni 10 millones de habitantes, sino casi 47 y medio. En tercer lugar, que si un porcentaje de ciudadanos no solo contribuye más a las arcas públicas proporcionalmente a lo que gana (respeto a los demás), sino que además no consume público y gasta privado, y aun así es necesario aumentar los impuestos para mantener los servicios de calidad, eso solo significa que hay una grieta; una gran grieta por la que se está vertiendo el “Estado de bienestar”. Sin sellar dicha grieta poco importa el modelo económico por el que se apueste, porque acabará por volver a aparecer.


La pugna aquí y ahora no está en la elección de un modelo económico, sino en la consecución de un régimen democrático y con él de la libertad política. Liberalismo contra intervencionismo, Libertad frente a Igualdad, Suiza versus Suecia. Son debates estériles que poco importan si los ciudadanos no recobramos la Soberanía. El régimen del 78 está dando tumbos, del Pueblo depende, por vez primera en su Historia, dotarse de un régimen democrático. Cómo lograrlo es ya otro tema a tratar.



Publicado en el blog "AgitPress" (30/7/2013) http://agitpress.blogspot.com.es/2013/07/suiza-vs-finlandia.html

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